Pies descalzos por un sendero que serpentea,
da rodeos, no tiene un destino definido… y eso es lo bello: desviarte del
camino, lanzarte a la hierba, notar las infinitas gotas del roció entre tus
dedos, cerrar los ojos y sonreír, sintiendo el beso del aire en tu boca y la
caricia del sol en tu frente.
El camino no tiene un fin claro. Y… ¿acaso
importa? Nos obcecamos en saber dónde nos llevan nuestros pasos y nos olvidamos
de lo que en realidad importa: nuestro viaje…. Nada más.
Porque, hagamos lo que hagamos, todos los
caminos nos conducirán al mismo lugar del que nadie puede escapar… así que….
Vive tu viaje… pero no corras, ¡salte del
camino! Mira a los ojos de quien tengas a tu lado, ama, lucha, canta, sueña,
respira, rie, araña tu vida hasta lo más hondo… exprime cada segundo del viaje,
haz que valga la pena cada paso, construye tu sendero con los besos que diste,
los sueños que lograste, los amaneceres que te vieron crecer, las noches que
velaron tu descanso, las palabras que regalaste, las lágrimas amargas de la
soledad, las risas de los niños que
juegan, las sonrisas cómplices, el abrazo de una madre, la mano firme de un
amigo, el recuerdo bello del primer amor y el llanto desgarrador de un hijo que
nace… así, cuando llegues al final y mires hacia atrás verás todas estas cosas,
y descubrirás la belleza de una vida plena, compleja y en definitiva, tuya, de
nadie más que de ti mismo.
Por el momento, yo prefiero detenerme un
instante. Tumbarme en la hierba húmeda de la noche, mirar a las estrellas y
sonreir… mañana será otro día…