Todo ocurrió demasiado deprisa. Al grito de dolor de Lin-Shao le sucedieron otros en la sala de abajo. Al poco rato se escucharon pasos que subían por la escalera, y pronto el mismísimo Chao apareció ante nosotros.
Al ver a Lin-Shao y al hombre tendidos en el suelo lanzó una mirada de odio a Chen, que todavía permanecía de pie, la mirada completamente perdida.
Yo era tan sólo un niño, y antes de que llegaran me escondí cobardemente, tras un mueble. Nada podía hacer contra aquellos hombres, y desde mi escondite observé el cruel asesinato de mi hermano mayor a manos de los esbirros del "Señor de Shangai".
Todo ocurrió demasiado deprisa... y tuve que contener mi llanto para no ser descubierto. Pero lo cierto es que, aunque no lo hubiera hecho, jamás me habrían encontrado, pues lo que sucedió a continuación terminó para siempre con los planes del codicioso Chao.
Mientras saciaban sus ansias de sangre con mi hermano Chen, algo comenzó a ocurrirle a la bella Lin-Shao. A su cuerpo le sobrevenían extrañas convulsiones que le hacían gritar de dolor al mismo tiempo que los dedos de su mano se arqueaban y se tensaban indsitintamente.
Finalmente, Lin-Shao se levantó, como movida por un resorte y se sustentó en el aire como si se tratase de una pluma. Se elevó sobre nuestras cabezas: el cabello agitándosele violentamente a sus espaldas, los ojos en blanco y la boca contraída en una mueca de dolor.
Repitió una y otra vez el nombre de su amado pese a la exasperación de Chao y de todos los que estaban allí. Poco a poco se fue encogiendo sobre sí misma hasta formar una esfera con su propio cuerpo, y sin más estalló. Todo estalló. No puedo explicarlo de otro modo.
Salí por los aires mientras un gruñido gutural parecía surgir de las entrañas de la tierra. Caí sobre mi espalda, destrozándomela y cuando abrí los ojos vi al auténtico Dragón Blanco, mirándome. Todo lo demás desapareció: no existían ni los gritos de pánico de la gente, ni el incendio que se formó tras la explosión... nada. Tan sólo aquel increible ser, de cuerpo de serpiente, cuyas escamas parecían puro nácar, y cabeza leonada de largos cabellos blancos. Sus ojos seguían escondiendo aquella tristeza. Era la misma Lin-Shao.
Todo mi cuerpo temblaba de emoción y de terror al mismo tiempo. Ella me cogió suavemente en sus garras y me sacó de aquel lugar, posándome en un tejado vecino.
Después terminó la tarea que había comenzado. Si usted viaja ahora a Shangai comprobará que el "Dragón Blanco" tan sólo es un solar en ruinas que nadie volvió a levantar.
Lin-Shao se alejó volando hacia el mar. Desapareció de Hong-Kong pero jamás de mi vida. Su mirada extraña se había apoderado de mí desde el primer momento en que la conocí, pese a que sabía perfectamente que su corazón sería siempre de su amado,de Pai-te-Tuan, de Chen. En definitiva, de la única alma mortal a la que le entregó su amor eterno. Y ésta, Jofre Sempere, es la historia que venía a contarle..."
No recuerdo cuánto tiempo me mantuve en silencio. Encendí un cigarro y le ofrecí otro a aquel hombre, que lo aceptó gustosamente. Finalmente me atreví a preguntarle:
- ¿Y Lin-Shao? ¿Jamás la volvió a ver?
El medio chino me miró con una sonrisa burlona y apagó su cigarro pese a que lo acababa de prender.
- Toda mi vida la he dedicado a seguirla, allí donde ella marchara. Siempre siguiendo sus pasos: Nueva York, Londres, París y ahora... Barcelona. Ella ha sido toda mi vida, si se me permite decirlo.
- Pero... - le dije incrédulo.- ¿En forma de dragón? Muchos más además de usted la habrían visto.
Scott bajó los ojos, lentamente, antes de dirigirme la palabra:
- Ella retomó su forma humana, pues la maldición no había llegado a romperse. Y como mujer volvió a recorrer el mundo, en pos de su amado.
- Y... ¿está en esta misma ciudad?
El hombre no contestó y se limitó a levantarse de su asiento. Se dio media vuelta y desapareció y yo nunca más volví a saber de él.
Pero del mismo modo que le ocurrió a Chen y al propio Scott, Lin-Shao me había cautivado enormemente, aunque sólo fuera el personaje de un relato. Tan sólo podía pensar en ella, en su inigualable tristeza y en sus ojos irisados, que contenían todos los colores del mundo.
Durante noches paseé por la ciudad, perdido en mis pensamientos, buscando a aquella mujer llamada Lin-Shao, de la que tan sólo conocía, era la auténtica Dragón Blanco.
Y, cada noche, repito mi paseo hasta acabar en este lugar, el Shangai, con la esperanza de que algún día ella venga hasta aquí, atraída por el dragón serpenteante que cruza las letras doradas de la entrada.
Algún día sé que vendrá, y aquí me encontrará, sumido en la melancolía del alcohol, borracho de palabras y de versos, con mi única historia terminada en mi regazo. Historia que releo una y otra vez, pues a nadie le importan mis pensamientos. La única historia a la que coloqué terriblemente la palabra.....
Fin